dijous, 26 de gener del 2012

GENTE BIEN (SANTIAGO RUSIÑOL)


SANTIAGO RUSIÑOL:
Burla social en “GENTE BIEN”
(Nou Muntatge del nostre grup)
Santiago Rusiñol

El sainete en un acto se titula "Gente bien", una obra bilingüe (catalán y castellano), estrenada el 18 de octubre de 1917 en el Teatro Novedades de Barcelona. Al igual que mucho del teatro de Rusiñol, respondía plenamente a la Barcelona del modernismo, al ambiente y gentes de la época, en especial a la burguesía –y nueva burguesía— que empezó a surgir en aquel final de siglo XIX y principios del XX (la misma que se significaría a favor del alzamiento contra la república en 1936, aunque les moleste que se diga la verdad). Los personajes principales presentados en este sainete de Rusiñol responden a la época en que fue escrito y representado, pero parecidos personajes, o metamorfoseados en todo caso, reaparecerían tras la guerra civil; de ahí acaso que este sainete se resistiera a desaparecer hasta la llegada de la democracia y el cambio de usos y costumbres en la sociedad. "Gente bien" es un divertimento con fondo de burla hacia determinados individuos que surgían en la Barcelona del modernismo, la nueva burguesía industrial, y se mantendrían en la del franquismo. Fue eso, la burla que hay en la obra, lo que la llevó al éxito, pese a la intrascendencia de su texto.

¿Cuál es el objeto de burla del sainete? Sencillamente, el comportamiento como "nuevos burgueses" de gente ennoblecida repentinamente y que para integrarse mejor en su nuevo orden social, deciden que en vez de hablar su idioma con amigos y conocidos, el catalán, hablarán en castellano "que hace más fino", como decía esa misma gente en los años sesenta; "ès la moda i havem de parlar-hi", que se dice en la obra. Dicha situación fue muy común entre nuevos burgueses catalanes de principios de siglo, y, en la posguerra, también entre burgueses "finos" prosiguió lo de hablar en castellano "porque hacía fino", relegando el catalán para sus empleados, los tenderos, el servicio… En un futuro episodio de la serie "Relatos autobiográficos", titulado "Las oficinas siniestras", menciono a ciertos jefes que tuve de joven y que eran de ese cariz. En efecto, existió una burguesía catalana –la que trajo a Franco, en buena parte–, que hablaban en castellano entre sí y con sus amistades del mismo rango social, "porque hacía señor y eran finos", y sólo usaban el catalán como un Aznar cualquiera: en la intimidad, o con sus subordinados, la plebe y los criados (la chusma, vaya…). El castellano se consideraba un refinamiento social, "algo de buen ver". Hoy esta gente está extinguida –más o menos: se sabe de cierto importante miembro de CDC que habla castellano en su casa "porque hace fino"…–, y la elección del castellano hoy en día por parte de la juventud en los patios de instituto responde a razones de pura sociabilidad en vez de a la pre-pijería de los personajes de Rusiñol o la gente que he mencionado antes.

En "Gente bien" aparecen los recién nombrados "Comtes de Rierola", cuyos méritos para haber obtenido ese título no los saben ni ellos mismos: especulan si ha sido por haber alojado a una infanta durante un par de días en su torre, o por pertenecer a la importante (!) industria del corchete; en todo caso, estos burgueses son ahora condes y piensan ejercer como tales ante la burguesía catalana que desfilará por su casa para celebrarlo y festejarlo. El Comte decide que el nuevo título y el rango de sus nuevas amistades y conocidos exige –además de otras nuevas costumbres– que ante las visitas y antiguas amistades se hable siempre en castellano; esto, lógicamente, da pie a que los actores se luzcan, pues cada vez que hablan en castellano lo hacen con un fuerte acento catalán, además de soltar unas catalanadas de espanto (no hay mucho brillo cultural en ellos, como se puede suponer), así que la lectura del texto, aunque desternillante, no suple una buena representación del mismo.

El flamante nuevo Comte de Rierola empieza dando instrucciones a su atribulado mayordomo sobre la manera en que se ha de recibir –o no– a las visitas: deben traer tarjeta de visita, y si hay un "de" en el apellido, mejor que mejor. Lo de "en Joanet" o "en Pauet" para anunciar a las visitas como se hacía antes, se ha acabado: pompa y ceremonia. Tras cantarle la cartilla al pobre mayordomo, le toca a su esposa sobre lo de hablar en castellano a las visitas y también entre ellos dos cuando no estén solos; la siguiente es la madre del Comte, donya Anita, una señora de sesenta y cinco años, catalana de pura cepa, y que palidece ante la idea de tener que hablar en castellano a su edad (los tres reconocen lo incómod que resulta hacerlo, y que se les seca la boca al cabo de un rato, pero el título obliga…). Donya Anita provocará el sonrojo de los flamantes nuevos Comtes de Rierola cada vez que abra la boca, con su mezcla de catalán y castellano, y cometiendo las equivocaciones y despropósitos que es de imaginar; siendo como es una mujer sencilla no entiende ni le van esos refinamientos y tonterías de su hijo y su nuera.

Inmediatamente llega un amigo del Comte, Enric; es catalán pero empiezan hablándose en castellano, pues para eso son finos y nobles; en cuando se quedan los dos a solas, Enric le pide al Comte que pasen a hablar en catalán: "Ya que somos viejos amigos, i si parlessim en català? Reposem, aviat em canso", le dice. El Comte le expone sus temores sobre si el resto de la sociedad le aceptará como nuevo conde, y Enric le dice que no tema, que lo que ha de hacer es comportarse como los demás; pero le avisa de que se burlan de él porque no tiene "distinció, aire, costums, males costums". La solución a eso es, según Enric, que se busque o finja tener una amante y lo haga notorio ante la gente. El Comte se escandaliza, y Enric le escandaliza aún más cuando le dice que su mujer ha de hacer lo mismo: tener o fingir tener un amante y que la gente lo sepa; de esta manera ambos serán aceptados por la burguesía sin problema alguno. Al Comte el plan no le convence, ni le gusta nada la parte que ha de realizar su mujer, pero acepta de mala gana ("Em sacrificarè"); a Enric le va estupendamente, porque parece ser que le gusta la Comtessa y así podrá abrazarla y besarla con impunidad ante el marido…

Al poco empiezan a llegar los invitados de los condes de Rierola, todos hablando en castellano, por supuesto, y con unos temas de conversación totalmente ridículos y vacuos; en medio de todos ellos, la pobre donya Anita va metiendo el remo hasta el fondo, rodeada de gente a la que no entiende y desconociendo de lo que hablan. Enric se compadece de ella:

    Don Enric.- Si quiere usted, ya puede hablar catalán.
    Donya Anita.- ¡Ah, no señor! Lo tengo privado. ¡Tan fácil que sería entendernos! Pues naranjas, lo tengo privado.

Los nuevos condes salen más o menos bien del paso ante sus invitados, aunque con un ojo clavado en donya Anita, a la que han de sacar de continuo de sus meteduras de pata, incapaz como es de decir una frase sin colar alguna catalanada o despropósito. Donya Anita, encima, no sabe seguir la conversación de la nobleza que les visita, los cuales se dedican a presumir de sus posesiones o logros:
   
    Marquesa.- La niña ha llegado de Suiza. La hemos tenido allí dos años en un colegio-sanatorio.
    Donya Anita.- Nosotros tenemos dos vacas, de Suiza. Son muy campechanas.

Por cierto, en la edición del texto que aparece en las Obras Completas de Rusiñol en Ediciones Selecta, se echa de menos una frase de donya Anita realmente regocijante. Cuando una de las visitantes –sin duda la Marquesa– alardea de las excelencias de una casa o palacio que ha visitado o que poseen, harta de tanta tontería donya Anita le suelta tan fresca: "Pues aquí en Barcelona, todas las casas tienensafareig", ocasionando el sofocón de su hijo y nuera al oírla. Este personaje de donya Anita fue interpretado en una adaptación radiofónica de la obra por Mary Sampere –¿quién mejor que ella, si no?–, y oírla soltar lo del "safareig" era desternillante. Quizá algunas ediciones del texto contengan esta frase, y otras que en la edición de Selecta me pareció echar de menos.

La Marquesa, no hace falta decirlo, presume tanto de lo suyo como de lo de sus hijos:
   
    Marquesa.-. Esto mismo [Jorge] puede decirlo en siete lenguas diferentes.
    Donya Anita.- ¡Qué lenguado!
    Comtessa.- ¡Mamita, por Dios!

Donya Anita comparte con el mayordomo su desorientación ante la nueva situación social y las costumbres que exige llevar su título:

    Majordom.- Tres señores que han dicho el nombre y no lo recuerdo, tres reposteros de salones.
    Comte.- Reporteros.
    Majordom.- Eso, reporteros.

Por su parte, donya Anita no se deja enredar por los modos y maneras de esa "gente bien" –pijos avant la lettre–; así, a la llegada de otro visitante, el doctor Rocarol, se interesa por sus actividades profesionales. El doctor Rocarol se dedica al "masaje tentacular", "masaje rítmico", pues sostiene que las señoras de la alta clase social "no digieren". Según Rocarol, "La mujer es lo mismo que un arpa, un violoncello [...] Toda la sensibilidad de las señoras y señoritas se neurastenia con la digestión, ergo: haciéndolas digerir con un masaje toco-científico, en los músculos estomacales, se les devuelve la belleza, el encanto… y sus similares". Todo ello, innecesario decirlo a cambio de sustanciosos emolumentos. Naturalmente, donya Anita enseguida pilla el truco del doctor:

    Donya anita.- [...] Pero vaya, señor masajero, que no ha encontrado usted mal filón con ese tinglado que se me lleva. A ver si me cura usted a mí.
    Doctor.- En las señoras de edad es más difícil. La piel es más dura.
    Donya Anita.- De pelar. Ah, trapasero!!

Y en esto la obra sí se puede considerar actual: las mujeres de posición y de dinero abundante de nuestro tiempo (nobles o menos nobles: la salsa rosa…) siguen dejándose… pulsar el estómago por estafadores como el doctor de este sainete. En esto la sociedad burguesa no ha variado en nada desde los tiempos de Rusiñol (lógico, si pensamos que la tontería y la cara dura de unos y otros son perennes, inalterables al cambio de costumbres y a los nuevos tiempos).
Finalmente, marido y mujer pasarán a poner en práctica antes de la cena lo del "amante" que les ha sugerido Enric, para dar el "broche" final a su encumbramiento ante sus amistades. El resultado no es muy afortunado: mientras que Enric consigue meterle un buen magreo a la flamante Comtessa ("Com més m´abracis i més ens vegin, més distingit es pensarà èsser", le dice Enric a la Comtessa mientras la soba ante algunos testigos, que les miran con escándalo y enojo, el Comte no hace sino el ridículo cuando se declara a la Senadora a solas de los demás (la Senadora y el Senador, aunque también usan el castellano ante todos, parecen los únicos con algo de sentido común de entre los invitados de los Comtes de Rierola). En esto, el Senador les descubre al entrar de improviso, y el Comte, alborozado, aprovecha para abrazar con más pasión a la Senadora, que chilla escandalizada ante su acoso. El Senador estalla en furia y le habla en catalán al Comte, que se excusa como si tal cosa:

    Comte.- Nada, nada. Son juegos de salón.
    Senador.- Ja l´hi donaré jo, el salón! Insolent! Bandido ¡Parnales!
    [...]
    Senador.- Vagi a flirtejar amb su abuela. Perdut!
    Comte.- Esto no es correcto, Senador. Ni es castellano.
    Senador.- Romanços amb el castellano! Qui tradueix quan està exaltat?

Más o menos la cosa acaba con el Senador marchando furioso de la casa, y hablando en catalán, y retando a un duelo al amanecer, lo que según Enric redundará más todavía en la aceptación social del Comte, aunque éste no lo ve claro ni le entusiasma la idea del duelo.

Antes he dicho que esta obra es intrascendente, pero no debe interpretarse como algo peyorativo o como crítica hacia el texto. De hecho, los sainetes y piezas en un acto eran situaciones breves, pinceladas sobre temas actuales o tipos concretos, y abundaban en el teatro de las primeras décadas del siglo XX. Arniches, sin ir más lejos, fue el maestro del sainete en castellano. Este tipo de obras raramente sobreviven a su tiempo, si bien alguna pieza de Arniches goza de renombre, y en el caso de Rusiñol, "Gente bien" superó con creces a su propia época. Por supuesto, está también L´alegria que passa, pero no es un sainete, sino una pieza lírica en un acto. Por lo demás, lo que debe notarse tanto en este sainete de Rusiñol como en mucha de su producción como dramaturgo es la pervivencia del lenguaje: es el del hombre corriente, de la calle, de verbo ágil, fresco, vivaz, directo. Es curioso notar cómo su obra El pobre viudo parece escrita expresamente para que la representase Capri… cuando Capri ni siquiera se dedicaba aún al teatro o era apenas un niño. Rusiñol escribía el lenguaje de la gente que veía y trataba.

La burla hacia esos burgueses cretinos, presumidos y atontados fue un hito. No sirvió para que los seres retratados en ella modificasen su conducta o formas de ser, pero al menos nos pudimos reír de ellos de buena gana.

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