SANTIAGO RUSIÑOL:
Burla social en “GENTE BIEN”
(Nou Muntatge del nostre grup)
Santiago Rusiñol |
El sainete en un acto se titula "Gente bien", una obra bilingüe (catalán y castellano), estrenada
el 18 de octubre de 1917 en el Teatro Novedades de Barcelona. Al igual
que mucho del teatro de Rusiñol, respondía plenamente a la Barcelona del
modernismo, al ambiente y gentes de la época, en especial a la burguesía –y
nueva burguesía— que empezó a surgir en aquel final de siglo XIX y principios
del XX (la misma que se significaría a favor del alzamiento contra la
república en 1936, aunque les moleste que se diga la verdad). Los personajes principales
presentados en este sainete de Rusiñol responden a la época en que fue escrito
y representado, pero parecidos personajes, o metamorfoseados en todo caso,
reaparecerían tras la guerra civil; de ahí acaso que este sainete se resistiera
a desaparecer hasta la llegada de la democracia y el cambio de usos y
costumbres en la sociedad. "Gente bien" es
un divertimento con fondo de burla hacia determinados individuos que
surgían en la Barcelona del modernismo, la nueva burguesía industrial,
y se mantendrían en la del franquismo. Fue eso, la burla que hay en la
obra, lo que la llevó al éxito, pese a la intrascendencia de su texto.
¿Cuál es el objeto de burla del sainete?
Sencillamente, el comportamiento como "nuevos burgueses" de
gente ennoblecida repentinamente y que para integrarse mejor en su nuevo orden
social, deciden que en vez de hablar su idioma con amigos y conocidos, el catalán,
hablarán en castellano "que hace más fino", como decía esa misma
gente en los años sesenta; "ès la moda i havem de parlar-hi",
que se dice en la obra. Dicha situación fue muy común entre nuevos
burgueses catalanes de principios de siglo, y, en la posguerra, también entre
burgueses "finos" prosiguió lo de hablar en castellano "porque
hacía fino", relegando el catalán para sus empleados, los tenderos, el
servicio… En un futuro episodio de la serie "Relatos autobiográficos",
titulado "Las oficinas siniestras", menciono a ciertos
jefes que tuve de joven y que eran de ese cariz. En efecto, existió una
burguesía catalana –la que trajo a Franco, en buena parte–, que hablaban en
castellano entre sí y con sus amistades del mismo rango social, "porque
hacía señor y eran finos", y sólo usaban el catalán como un Aznar
cualquiera: en la intimidad, o con sus subordinados, la plebe y los
criados (la chusma, vaya…). El castellano se consideraba un refinamiento
social, "algo de buen ver". Hoy esta gente está extinguida –más o
menos: se sabe de cierto importante miembro de CDC que habla castellano en su
casa "porque hace fino"…–, y la elección del castellano hoy en día
por parte de la juventud en los patios de instituto responde a razones de
pura sociabilidad en vez de a la pre-pijería de los personajes de Rusiñol o la
gente que he mencionado antes.
En "Gente bien" aparecen
los recién nombrados "Comtes de Rierola", cuyos méritos para haber
obtenido ese título no los saben ni ellos mismos: especulan si ha sido por
haber alojado a una infanta durante un par de días en su torre, o por
pertenecer a la importante (!) industria del corchete; en todo caso, estos
burgueses son ahora condes y piensan ejercer como tales ante la burguesía
catalana que desfilará por su casa para celebrarlo y festejarlo. El Comte
decide que el nuevo título y el rango de sus nuevas amistades y conocidos exige
–además de otras nuevas costumbres– que ante las visitas y antiguas amistades
se hable siempre en castellano; esto, lógicamente, da pie a que los actores se
luzcan, pues cada vez que hablan en castellano lo hacen con un fuerte acento
catalán, además de soltar unas catalanadas de espanto (no hay mucho brillo
cultural en ellos, como se puede suponer), así que la lectura del texto, aunque
desternillante, no suple una buena representación del mismo.
El flamante nuevo Comte de Rierola empieza dando
instrucciones a su atribulado mayordomo sobre la manera en que se ha de recibir
–o no– a las visitas: deben traer tarjeta de visita, y si hay un
"de" en el apellido, mejor que mejor. Lo de "en Joanet" o
"en Pauet" para anunciar a las visitas como se hacía antes, se ha
acabado: pompa y ceremonia. Tras cantarle la cartilla al pobre mayordomo, le
toca a su esposa sobre lo de hablar en castellano a las visitas y también entre
ellos dos cuando no estén solos; la siguiente es la madre del Comte, donya
Anita, una señora de sesenta y cinco años, catalana de pura cepa, y
que palidece ante la idea de tener que hablar en castellano a su edad (los
tres reconocen lo incómod que resulta hacerlo, y que se les seca la boca
al cabo de un rato, pero el título obliga…). Donya Anita provocará el
sonrojo de los flamantes nuevos Comtes de Rierola cada vez que abra la boca,
con su mezcla de catalán y castellano, y cometiendo las equivocaciones y
despropósitos que es de imaginar; siendo como es una mujer sencilla no entiende
ni le van esos refinamientos y tonterías de su hijo y su nuera.
Inmediatamente llega un amigo del Comte, Enric; es
catalán pero empiezan hablándose en castellano, pues para eso
son finos y nobles; en cuando se quedan los dos a solas, Enric le pide al Comte
que pasen a hablar en catalán: "Ya que somos viejos amigos, i si
parlessim en català? Reposem, aviat em canso", le dice. El Comte le
expone sus temores sobre si el resto de la sociedad le aceptará como
nuevo conde, y Enric le dice que no tema, que lo que ha de hacer es comportarse
como los demás; pero le avisa de que se burlan de él porque no tiene
"distinció, aire, costums, males costums". La solución a eso
es, según Enric, que se busque o finja tener una amante y lo haga notorio ante
la gente. El Comte se escandaliza, y Enric le escandaliza aún más cuando le
dice que su mujer ha de hacer lo mismo: tener o fingir tener un amante y que la
gente lo sepa; de esta manera ambos serán aceptados por la burguesía sin
problema alguno. Al Comte el plan no le convence, ni le gusta nada la
parte que ha de realizar su mujer, pero acepta de mala gana ("Em
sacrificarè"); a Enric le va estupendamente, porque parece ser
que le gusta la Comtessa y así podrá abrazarla y besarla con impunidad ante el
marido…
Al poco empiezan a llegar los invitados de los condes
de Rierola, todos hablando en castellano, por supuesto, y con unos temas de
conversación totalmente ridículos y vacuos; en medio de todos ellos,
la pobre donya Anita va metiendo el remo hasta el fondo, rodeada de gente a
la que no entiende y desconociendo de lo que hablan. Enric se
compadece de ella:
Don Enric.- Si quiere usted, ya puede hablar catalán.
Donya Anita.- ¡Ah, no señor! Lo tengo privado. ¡Tan fácil que sería
entendernos! Pues naranjas, lo tengo privado.
Los nuevos condes salen más o menos bien del paso ante
sus invitados, aunque con un ojo clavado en donya Anita, a la que han de sacar
de continuo de sus meteduras de pata, incapaz como es de decir una frase
sin colar alguna catalanada o despropósito. Donya Anita, encima, no sabe
seguir la conversación de la nobleza que les visita, los cuales se dedican
a presumir de sus posesiones o logros:
Marquesa.- La niña ha llegado de Suiza. La hemos tenido allí dos años en un
colegio-sanatorio.
Donya Anita.- Nosotros tenemos dos vacas, de Suiza. Son muy campechanas.
Por cierto, en la edición del texto que aparece en las
Obras Completas de Rusiñol en Ediciones Selecta, se echa de menos una frase de
donya Anita realmente regocijante. Cuando una de las visitantes –sin duda la
Marquesa– alardea de las excelencias de una casa o palacio que ha visitado
o que poseen, harta de tanta tontería donya Anita le suelta tan fresca:
"Pues aquí en Barcelona, todas las casas tienensafareig",
ocasionando el sofocón de su hijo y nuera al oírla. Este personaje de donya
Anita fue interpretado en una adaptación radiofónica de la obra por Mary
Sampere –¿quién mejor que ella, si no?–, y oírla soltar lo del "safareig"
era desternillante. Quizá algunas ediciones del texto contengan esta frase, y
otras que en la edición de Selecta me pareció echar de menos.
La
Marquesa, no hace falta decirlo, presume tanto de lo suyo como de lo
de sus hijos:
Marquesa.-. Esto mismo [Jorge] puede decirlo en siete lenguas diferentes.
Donya Anita.- ¡Qué lenguado!
Comtessa.- ¡Mamita, por Dios!
Donya
Anita comparte con el mayordomo su desorientación ante la nueva situación
social y las costumbres que exige llevar su título:
Majordom.- Tres señores que han dicho el nombre y no lo recuerdo, tres
reposteros de salones.
Comte.- Reporteros.
Majordom.- Eso, reporteros.
Por su parte, donya Anita no se deja enredar por los
modos y maneras de esa "gente bien" –pijos avant la lettre–;
así, a la llegada de otro visitante, el doctor Rocarol, se interesa por sus
actividades profesionales. El doctor Rocarol se dedica al "masaje
tentacular", "masaje rítmico", pues sostiene que las señoras de
la alta clase social "no digieren". Según Rocarol, "La mujer es
lo mismo que un arpa, un violoncello [...] Toda la sensibilidad de las señoras
y señoritas se neurastenia con la digestión, ergo: haciéndolas
digerir con un masaje toco-científico, en los músculos estomacales, se les
devuelve la belleza, el encanto… y sus similares". Todo ello, innecesario
decirlo a cambio de sustanciosos emolumentos. Naturalmente, donya
Anita enseguida pilla el truco del doctor:
Donya anita.- [...] Pero vaya, señor masajero, que no ha encontrado usted mal
filón con ese tinglado que se me lleva. A ver si me cura usted a mí.
Doctor.- En las señoras de edad es más difícil. La piel es más dura.
Donya Anita.- De pelar. Ah, trapasero!!
Y en esto la obra sí se puede considerar actual: las
mujeres de posición y de dinero abundante de nuestro tiempo (nobles o menos
nobles: la salsa rosa…) siguen dejándose… pulsar el estómago por estafadores
como el doctor de este sainete. En esto la sociedad burguesa no ha variado en
nada desde los tiempos de Rusiñol (lógico, si pensamos que la tontería y la
cara dura de unos y otros son perennes, inalterables al cambio de costumbres y
a los nuevos tiempos).
Finalmente, marido y mujer pasarán a poner en práctica
antes de la cena lo del "amante" que les ha sugerido Enric, para dar
el "broche" final a su encumbramiento ante sus amistades. El
resultado no es muy afortunado: mientras que Enric consigue meterle un buen
magreo a la flamante Comtessa ("Com més m´abracis i més ens vegin,
més distingit es pensarà èsser", le dice Enric a la Comtessa mientras
la soba ante algunos testigos, que les miran con escándalo y enojo, el Comte no
hace sino el ridículo cuando se declara a la Senadora a solas de los demás (la
Senadora y el Senador, aunque también usan el castellano ante todos, parecen
los únicos con algo de sentido común de entre los invitados de los Comtes
de Rierola). En esto, el Senador les descubre al entrar de improviso, y el
Comte, alborozado, aprovecha para abrazar con más pasión a la
Senadora, que chilla escandalizada ante su acoso. El Senador
estalla en furia y le habla en catalán al Comte, que se excusa como si tal
cosa:
Comte.- Nada, nada. Son juegos de salón.
Senador.- Ja l´hi donaré jo, el salón! Insolent! Bandido ¡Parnales!
[...]
Senador.- Vagi a flirtejar amb su abuela. Perdut!
Comte.- Esto no es correcto, Senador. Ni es castellano.
Senador.- Romanços amb el castellano! Qui tradueix
quan està exaltat?
Más o menos la cosa acaba con el Senador
marchando furioso de la casa, y hablando en catalán, y retando a un duelo al
amanecer, lo que según Enric redundará más todavía en la aceptación social del
Comte, aunque éste no lo ve claro ni le entusiasma la idea del duelo.
Antes he dicho que esta obra es intrascendente, pero
no debe interpretarse como algo peyorativo o como crítica hacia el texto. De
hecho, los sainetes y piezas en un acto eran situaciones breves, pinceladas
sobre temas actuales o tipos concretos, y abundaban en el teatro de las
primeras décadas del siglo XX. Arniches, sin ir más lejos, fue el maestro del
sainete en castellano. Este tipo de obras raramente sobreviven a su tiempo, si
bien alguna pieza de Arniches goza de renombre, y en el caso de Rusiñol, "Gente
bien" superó con creces a su propia época. Por supuesto,
está también L´alegria que passa, pero no es un sainete, sino
una pieza lírica en un acto. Por lo demás, lo que debe notarse tanto en este
sainete de Rusiñol como en mucha de su producción como dramaturgo es
la pervivencia del lenguaje: es el del hombre corriente, de la calle,
de verbo ágil, fresco, vivaz, directo. Es curioso notar cómo su obra El
pobre viudo parece escrita expresamente para que la representase
Capri… cuando Capri ni siquiera se dedicaba aún al teatro o era apenas un
niño. Rusiñol escribía el lenguaje de la gente que veía y trataba.
La burla hacia esos burgueses cretinos, presumidos y
atontados fue un hito. No sirvió para que los seres retratados en ella
modificasen su conducta o formas de ser, pero al menos nos pudimos reír de
ellos de buena gana.
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